“Ve cómo el gran
maestro,
a aquesta inmensa
cítara aplicado
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno
templo es sustentado.”
Estos versos de Fray Luis
de León pertenecen a la “Oda a Francisco de Salinas” y están ausentes de de la primera edición impresa de la obra, llevada a cabo por la familia Quevedo en 1631. Aunque reaparecen en una edición
realizada por Merino en 1816, ese hurto inicial al poema ha continuado en algunas ediciones posteriores. Su presencia relaciona la oda a un tema fundamental
de la historia de la música y de la historia espiritual humana: la música de las
esferas, la comprensión del cosmos como un todo armónicamente ordenado del que
hombre forma parte en su aventura. Lumsden Kouvel, investigador del poema,
escribió al respecto: “En efecto, falta en los manuscritos de la
familia Quevedo,... Al fin y al cabo la atrevida
figuración de Dios como el gran citarista del cielo infundía miedo a los que
vivían en la sombra creciente de la Inquisición. Incluso al mismo Fray Luis, o
por lo menos a su copista, quizás les influiría este escrúpulo...”
Los
pitagóricos pensaban que el movimiento de los cuerpos celestes emitía sonidos,
tal y como sucede con el movimiento de los cuerpos en la Tierra. Presumieron
que la Luna, el Sol, las estrellas, inmensas y numerosas, producirían un sonido
colosal. Trataron de observar sus velocidades y distancias y concluyeron que
establecían las mismas proporciones que las consonancias musicales. El
movimiento de las estrellas correspondía a una armonía. ¿Pero por qué no eran
audibles dichos sonidos? Desde que el ser humano nace al mundo, respondieron,
tales sonidos jamás cesan, siempre están presentes, por tanto, es imposible
distinguirlos del silencio. Kepler también se adheriría a esta teoría veinte
siglos más tarde.
En
1998 la NASA envió, dirección al Sol, un satélite destinado al estudio de su
turbulencia atmosférica. En el tejano Southwest Research Institute, el estudio
de los datos reveló que el Sol emite ondas sonoras trescientas veces más graves
que las puede captar un oído humano. La idea que encarna la música de las
esferas posee un enorme atractivo simbólico, es sugerente y seductora. Algunos historiadores
rastrean su pervivencia hasta la contemporánea teoría de cuerdas, un modelo
físico en el que las partículas materiales son en realidad “estados
vibracionales” de un objeto más básico, una cuerda o filamento. Dependiendo del
modo en que vibre la cuerda el observador contemplará un electrón, un quark, un
fotón, etc. Siempre en función del tipo de vibración. Es obvio que el camino
que esta teoría sigue para su composición es muy distinto al llevado a cabo por
los pitagóricos y su monocordio, aquel instrumento de una sola cuerda creado para
la investigación de las vibraciones musicales, pero no deja de ofrecer un parecido y caracteres míticos para el
profano, igualmente sugerentes. De este modo, todo lo que existe se sustenta en
una danza cósmica, una música microscópica que armoniza la realidad.
No quiero melodía. Ruedan suaves,
sin melodía, las esferas. Giran
inmelódicas, suaves. ¿Ruedan, giran?
Tácito vals de las esferas suaves.
Aristóteles
denostó las teorías pitagóricas y con él una gran parte de la tradición
occidental. Sin embargo, Kouvel, en su intento de desentrañar el poema de Fray
Luis de León, alude a la pervivencia de dichas teorías en determinados bastiones
culturales. Según su propuesta, el poeta Fray Luis escancia el pensamiento de
Macrobio, gramático romano del siglo cuarto, que recoge y remoza teorías
pitagóricas y platónicas.
Según
Macrobio, el alma humana puebla
originalmente la esfera estrellada, «libre de toda contaminación corporal», y
poco a poco va deslizádnosle por las esferas inferiores, cargándose por el
pesado fardo de los pensamientos terrenos. «Pasa por las siete esferas
errantes, que vuelan en sentido contrario a la estrellada, y en cada una se
ponen más incrementos corporales hasta llegar a la etapa de muerte que en la
tierra se llama vida» Macrobio describe: «todas las almas... en su descenso
beben del olvido, unas más, unas menos». Cuanto menos sea su olvido mayor es la
posibilidad de que puedan acceder a la verdad. El auténtico conocimiento, la
gnosis profunda capaz de iluminar las tinieblas, no es una información o
experiencia nuevas, sino la recuperación de algo que nos habita, un recuerdo
que habíamos enturbiado, o simplemente abandonado en un oscuro e inaccesible
rincón de nosotros mismos: la vivida memoria de la primera morada del alma.
Macrobio
continúa: «todos los sabios admiten que el alma también está derivada de las
consonancias musicales». De ahí la importancia de la música en las ceremonias
religiosa y de ahí su efecto cautivador y transformador sobre la mente y el
ánimo, sobre las emociones y el espíritu incluso de “los más salvajes, porque el
alma que está dentro del cuerpo lleva consigo la memoria de la música que
conocía en el cielo» Y esto, como señala de nuevo Kouvel, es en el sentido más literal, pues el
alma humana está compuesta de música.
“¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.”
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.”
Para finalizar enlazamos el video " El monocordio según Marín Mersenne". Descrioción del proceso de construcción del monocordio expuesto por Marin Mersenne en su Harmonie Universelle de 1636. Realizado por Carlos Calderón Urreiztieta. Luthier Ramón Elías Gavernet. Altet. 2005.