La constancia del ruido, definido por el
diccionario de la Real Academia Española, como un sonido
inarticulado y desagradable, es relativamente escaso en la naturaleza. El ruido
es hogar de tormentas y huracanes, de salvajes erupciones y terremotos, de
mares embravecidos y cataratas, pero el ruido pertinaz e inacabable es
artificial y urbano. En las grandes ciudades el ruido es inmutable. Nuestros
ruidos construyen un mundo persistente y continuo, un mundo condenatorio,
perpetuo, en el que no hay lugar para la evasión del silencio.
Que el ruido merma la salud es confirmado por la
mayoría de las investigaciones actuales. Es un contundente estresor capaz de desordenar los ciclos de sueño, trastornar la atención o afectar al sistema cardiovascular. Su presencia dificulta la comunicación e induce a la violencia. La contaminación acústica hace descender la productividad y calidad del trabajo, el valor de los inmuebles de una determinada zona, correlaciona con una mayor tasa de accidentes laborales y de tráfico y, en definitiva, genera ecosistemas inhóspitos para el ser humano.
En la película dirigida por Eastwood "Media Noche en el Jardín del Bien y del Mal", el escritor neoyorquino interpretado por John Cusack lleva una cinta consigo a la tranquila ciudad de Savannah. Sólo oyendo una grabación del tráfico imperturbable y continuo de la urbe desmedida de la que procede, es capaz de conciliar el sueño. Como afirmó el músico Robert Fripp, el silencio puede llegar a ser una experiencia insoportable cuando existe demasiado ruido en nosotros mismos.
Pero toda definición de ruido es profundamente cultural. En 1526, Erasmo escribió: “¿Qué hubiera dicho Platón al escuchar la barahúnda de la música moderna?” El jazz, y no sólo en sus comienzos, también fue execrado por muchos. Un venerado músico indio exclamó tras una detenida escucha de Mozart que jamás había oído música tan desafinada. El ruido es quizás tan sólo una escisión entre lo agradable y desagradable. Para cada ser los ruidos son otros. Como el sabor amargo que puede aprenderse a amar en un sorbo de café o una cerveza, algunos sonidos abandonan el destierro del ruido para reinar en el placer de los oídos. Esto acontece en las civilizaciones, en las generaciones, decenas de veces en la vida de una sola persona.
En la película dirigida por Eastwood "Media Noche en el Jardín del Bien y del Mal", el escritor neoyorquino interpretado por John Cusack lleva una cinta consigo a la tranquila ciudad de Savannah. Sólo oyendo una grabación del tráfico imperturbable y continuo de la urbe desmedida de la que procede, es capaz de conciliar el sueño. Como afirmó el músico Robert Fripp, el silencio puede llegar a ser una experiencia insoportable cuando existe demasiado ruido en nosotros mismos.
Pero toda definición de ruido es profundamente cultural. En 1526, Erasmo escribió: “¿Qué hubiera dicho Platón al escuchar la barahúnda de la música moderna?” El jazz, y no sólo en sus comienzos, también fue execrado por muchos. Un venerado músico indio exclamó tras una detenida escucha de Mozart que jamás había oído música tan desafinada. El ruido es quizás tan sólo una escisión entre lo agradable y desagradable. Para cada ser los ruidos son otros. Como el sabor amargo que puede aprenderse a amar en un sorbo de café o una cerveza, algunos sonidos abandonan el destierro del ruido para reinar en el placer de los oídos. Esto acontece en las civilizaciones, en las generaciones, decenas de veces en la vida de una sola persona.
El músico futurista Luigi Russolo llamaba a los jóvenes músicos a trabajar sobre el nuevo y ruidoso escenario que el incipiente siglo XX comenzaba a configurar. En su manifiesto "El Arte de los Ruidos" reflexiona de esta forma:
"No sólo en las atmósferas fragorosas de las grandes ciudades,
sino también en el campo, que hasta ayer fue normalmente silencioso, la máquina
ha creado hoy tal variedad y concurrencia de ruidos, que el sonido puro, en su
exigüidad y monotonía, ha dejado de suscitar emoción... El oído de un hombre del dieciocho no hubiera podido soportar
la intensidad inarmónica de ciertos acordes producidos por nuestras orquestas ... En
cambio, nuestro oído se complace con ellos... el
sonido musical está excesivamente limitado en la variedad cualitativa de los
timbres. Las orquestas más complicadas se reducen a cuatro o cinco clases de
instrumentos... La variedad de ruidos
es infinita... Invitamos por tanto a
los jóvenes músicos geniales y audaces a observar con atención todos los
ruidos, para comprender los múltiples ritmos que los componen..."
En sánscrito, sangita, que puede
traducirse como “reunir el todo y decirlo” significa música. Lo que es o
deja de ser ruido depende de los cristales que se hallan frente a nuestros
ojos, de los imperceptibles velos que cubren nuestros oídos cuando vemos y
oímos el mundo. Si cristales y velos desaparecen, desaparecen el ruido y las
visiones. Puede comenzar por un extrañamiento como el de Circe María cuando
escribe que “el ruido del mar no se
comprende, se desploma continuamente, insiste...” Es un mundo nuevo el que
nace luego, la extraña geografía de una cosmoaudición inaudita hasta entonces.
Efraín Huertas escribió: “Estamos en el
ruido del alba, / en el umbral de la sabiduría,/ en el seno de la locura.”
Enlace a la obra "Veglio Di Una Cittá"de Luigi Russolo, interpretada con una orquesta de intonarumoris,
un instrumento creado por el propio compositor.
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