martes, 28 de octubre de 2014

El sonido de los nombres y el porvenir.



Según el diccionario de la Real Academia Española “nombre” es la “palabra que designa o identifica seres animados o inanimados”. Curiosamente, esta definición recoge dos tradiciones distintas acerca de la naturaleza del término.
La primera se recoge en el uso de “designa”, pues designar es “señalar o destinar a alguien o algo para determinado fin”, su significado se halla en el orbe de la suerte, la predestinación, lo mágico incluso. El nombre es simbólico, se adentra en la hermenéutica del mito, en la senda de los acontecimientos velados.
El uso de “identifica” sitúa su significado en la óptica racionalista del logos, en la que se trata de “reconocer si una persona o cosa  es la misma que se supone o se busca”. El nombre obedece aquí a una mera taxonomía, huera de significados ocultos, elegida arbitrariamente bajo el dictado único del interés por clasificar, reconocer e identificar. 


En ambas el nombre dota de sentido y  realidad al ser nombrado, le hace materializarse en sonidos aun en su ausencia, provoca la memoria, incita la descripción del recuerdo, de alguna forma funda al ser incluso cuando este ya ha desparecido, sin embargo, la tradición mítica, la primera comentada, confiere al nombre un poder aun mayor, el de predestinar, guiar, resumir la realidad del ser en todos sus instantes. Cuando un ser ha nacido su nombre predice su destino, es su destino. El bautismo, la conversión a determinadas cosmovisiones sean o no religiosas, llevan en muchas ocasiones aparejadas un cambio de nombre, el nacimiento de un nuevo ser es el nacimiento de un nuevo destino, sea por el abrazo al Islam o por haber llevado a término el proceso de transformación en chamán.
Aceptando estas premisas existen varias opciones a la hora de elegir un nombre para un recién nacido. Se puede optar por escoger aquella combinación de sonidos que predestine al niño a un lugar determinado. Éste sería una aproximación utilitaria, de causa y efecto entre la magia de su recitación y el porvenir. Otra recorrería un camino inverso, en ella se trataría de averiguar mediante algún método el destino del niño y conociendo éste escoger su nombre de forma adecuada al mismo. Tratándose de la conjunción de sonidos, en algunas tradiciones, la responsabilidad de escoger el nombre de un bebé, recaía en la figura del músico, el más docto entre la colectividad en la ciencia de los sonidos. 


Así ocurría en China. Cuando un príncipe heredero llegaba al mundo, el maestro de música debía de personarse para, mediante el uso de un diapasón, reconocer las primeras cinco notas emitidas por el bebé y basándose en ellas construir una palabra. Aquélla conjunción de sonidos cuyo pilar era la inocencia del propio ser encerraban su destino y ellas eran su nombre.
            


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