Giovanni
nació en 1181, hijo de Donna Pica y Pedro Bernardone, un exitoso comerciante de
paños. Moriría en Asís cuarenta y cinco años más tarde bajo el nombre de
Francisco. Durante su infancia, fue aficionado al canto de los trovadores,
formó parte de la armada papal, batalló, padeció un año de cautiverio, y un día,
mientras viajaba hacia Apulia, una voz le instó a regresar a Asís. Tenía
veinticuatro años cuando camino de un combate dejó las armas y volvió a casa.
Oyó
la voz de Dios decir: Francisco, ve, repara mi casa, que está cayendo en
ruinas. Para ello vendió un caballo y mercancías de su padre y se dirigió a
la capilla de San Damián que se hallaba casi derruida. Llevado a juicio por su padre dijo no
someterse a las leyes por no ser ya parte de su jurisdicción. Su caso fue
llevado al tribunal eclesiástico, frente a quienes se quito las ropas y quedó
desnudo.
Reparó
varias iglesias hasta que en una de ellas, la capilla de Porciúncula, oyó
palabras de los evangelios. “No
llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En
la casa en que entréis, decid primero: «Paz a esta casa.» Y si hubiere allí un
hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros”. “Cuando entréis en una
casa, quedaos en ella hasta marchar de allí”. Abandonó la labor de reparar
iglesias para dedicarse a predicar el mensaje de Jesús de Nazaret. Varios meses
más tarde le seguían once discípulos.
Francisco y sus discípulos se
asentaron en Porciúncula. Como pago del arrendamiento ofrecían canastas de
peces. En pareja predicaban el evangelio.
Se hacían llamar frailes menores y vivían en la más absoluta
pobreza. Su número fue creciendo. Se le llegó a ofrecer la posibilidad de
formar cardenales en el seno de su orden. Respondió: “Su eminencia, mis
hermanos son llamados frailes menores, y ellos no intentan convertirse en
mayores. Su vocación les enseña a permanecer siempre en condición humilde.
Manténgalos así, aún en contra de su voluntad, si usted los considera útiles
para la Iglesia. Y nunca, se lo ruego, permítales convertirse en prelados.”
Francisco
viajó para predicar con su palabra una palabra que no le pertenecía. Se embarcó
hacia Chipre, San Juan de Acre, Damieta, en el delta del Nilo. En Egipto trató
de convertir al cristianismo al Sultán al-Malik al-Kamil. Retó a los ministros
musulmanes entrar junto a él a una hoguera para probar la verdad. Llegó después
a Siria, a Tierra Santa. Sus pies andaron sobre Jerusalén.
Pero las prédicas de Francisco no
eran sólo para los hombres. En una ocasión, en Bevagna, observó una reunión de
aves, eran numerosas y diversas. Se acercó a ellas y las aves callaron.
Francisco comenzó a predicar. “Mis
hermanos pájaros, deben amar Uds. al Creador profundamente y alabarlo siempre.
El les dio las plumas que portan, sus alas para volar y todo lo que necesitan.” El canto de las aves había cesado. Las
palabras de Francisco eran acogidas por un lecho de silencio. Permanecieron
expectantes hasta el final de sus palabras. Entonces estiraron sus cuellos, desplegaron sus alas y
abrieron sus picos manifestando su gozo. ¿Pero qué callaban las aves? ¿Qué
cantos habían sido durante un instante silenciados para reiniciarse luego
incansablemente hasta el presente? ¿Qué calló durante aquellas palabras? ¿Qué
canto jamás ha dejado de ser silencio?
Para
entender aquel silencio quizás sea necesario entender su canción. El repertorio
de sonidos de algunas especies contienen más de 1300 motivos diferentes y
algunos individuos emplean centenares de ellos. Improvisan sobre ellos como un
pianista puede hacerlo con un tema. Pero sus canciones son extravagantes y
complejas para el hombre. El mosquitero común es capaz de entonar 300 notas en
ocho segundos. El chochín se precipita en una cascada de variaciones y cambios
de velocidad. El ruiseñor, el tinamú, el mirlo, se sumergen en una belleza
compleja y delicada. Algunos, como los horneros o los motmots, interpretan sus
cantos a dúo. Barbudos y alcaudones se sincronizan con sus parejas de tal forma
que los oídos parecen escuchar a un único animal. Aprenden el canto de otras
especies, viajan y conversan. Un sinsonte aprendió a dominar el canto de 30
especies. Con el canto se seducen, se aman, conviven. Cuando tienen a sus
crías, cantan con fuerza desde lo alto de los árboles de tal forma que otras
aves, al oírlas, entienden que se hallan en un hogar ajeno y abandonan el
territorio. Todo esto calló frente a los labios de Francisco. La belleza de
las improvisaciones, los mensajes de
paz, las llamadas de amor, todas las canciones viajaron al silencio durante un
instante para oír a un hombre que cantaba. Quizás sólo cantando pueden las aves
entender nuestro mensaje y quizás sea imposible para nosotros comprender y
asumir su silencio.
Lo
que los pájaros oyeron fue algo que quizás ya conocían. O quizás, ni si quiera
ellos saben siempre, incluso a veces también olvidan. Francisco les habló del
secreto de la Verdadera y Perfecta Alegría. Lo cantó hasta su muerte a toda
criatura. En una ocasión quiso dictarlo a un hermano llamado León. «Escribe–dijo
– cuál es la verdadera alegría. Viene un mensajero y dice que todos los
maestros de París han ingresado en la Orden. Escribe: No es la verdadera
alegría. Y que también, todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos;
y que también, el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la
verdadera alegría. También, que mis frailes se fueron a los infieles y los
convirtieron a todos a la fe; también, que tengo tanta gracia de Dios que sano
a los enfermos y hago muchos milagros: Te digo que en todas estas cosas no está
la verdadera alegría. Pero ¿cuál es la verdadera alegría? Vuelvo de Perusa y en
una noche profunda llegó acá, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan
frío, que se forman canelones del agua fría congelada en las extremidades de la
túnica, y hieren continuamente las piernas, y mana sangre de tales heridas. Y
todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y, después de haber
golpeado y llamado por largo tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo
respondo: El hermano Francisco. Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de
camino; no entrarás. E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un
simple y un ignorante; ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y
tales, que no te necesitamos. Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo:
Por amor de Dios recogedme esta noche. Y él responde: No lo haré. Vete al lugar
de los Crucíferos y pide allí. Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me
hubiere alterado, que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y
la salvación del alma.» Los pájaros continuaron cantando.
El niño que
oía a los trovadores, el guerrero que cruzaba cuerpos y espadas, el reparador
de iglesias, el orador, el creador de una orden, el viajero, quiso hermanarse
con todo ser. Antes de expirar añadió un verso al Cántico para el Hermano Sol,
se trataba de un verso para la hermana muerte. Confraternizado con cada
criatura de la creación murió en la más absoluta pobreza.
En las transcripciones de los sermones
de Eckhart puede leerse lo que sigue. “Es
un hombre pobre el que no desea nada, ni sabe nada, ni tiene nada”. “El
hombre que quiera lograr esta pobreza vivirá como un hombre que no sabe que
vive, ni para sí mismo, ni para la verdad, ni para dios. Es más; permanecerá libre y vacío de todo
conocimiento.” “El hombre debe estar vacío de su propio conocimiento,
como cuando no existía, y que Dios haga su voluntad y el hombre no tenga
impedimentos”. “Por ello le ruego a Dios que me libre de dios”.