Puede que iglesias y catedrales no sean sino réplicas del
templo primigenio: la gruta. Puede que cualquier templo sea una conmemoración
de las cavernas.
Hace
40.000 años un ser humano descendió a las entrañas de la tierra. En las paredes
de una gruta grabó la imagen de un bailarín enmascarado. Se trata de “Trois
Frères” (Tres Hermanos), cerca de la pequeña localidad Montesquieu-Avantès, al
sur de Francia. Su nombre se debe a que fue hallada por los tres hijos del
Conde de Bégouën, a principios del siglo XX. La
red de cavernas que la compone se encuentra decorada con pinturas del
paleolítico superior. Uno de los motivos a los que debe su fama es a la
presencia de algunos dibujos bastante peculiares en su contexto. Especialmente “el
hombre-bisonte”. Esta figura de bisonte antropomorfo o de humano disfrazado de
bisonte, parece tocar un instrumento
musical, algún tipo de arco o aerófono. Para algunos danza y para otros camina
mientras conduce un rebaño de animales. Otra de las figuras, apodada como “el
hechicero”, representa una extraña
mezcla de atributos animales: patas de oso, cola de caballo, astas de ciervo,
ojos de búho.
La reconstrucción llevada a cabo por la
imaginación de los historiadores describe chamanes vestidos de animales,
trasmutados en animales, mientras danzan deformando su voz por membranas
colocadas frente a la boca, agitan palos y maracas de calabaza, soplan cuernos
y caracolas, percuten merlitones y tambores, vibran las cuerdas de sus arcos,
rodeados del abrigo y oscuridad de la profundidades. En las grutas, bajo la
tierra, nunca tan en la tierra misma, golpean con sus manos estalagmitas, que
por dar diferentes alturas de sonido, han sido llamadas “órganos”. Algunos
arqueólogos han descendido a las cavernas, imitando a sus antepasados para
golpear, con sumo cuidado de no dañarlas, las estalagmitas con huesos y
maderas, tratado de recrear aquellos “conciertos” ancestrales.
Para algunos,
el origen de la música se debe a una primitiva funcionalidad comunicativa, pues
servía para emitir mensajes que podían recorrer largas distancias. Para otros su
evolución es inseparable de los rituales de magia y el chamanismo.
“Comunicación”
y “magia” son las palabras que más se repiten en los textos eruditos que
especulan su origen atávico. Nuestros antepasados ataban madera y huesos a
cuerdas que, volteándose velozmente, producían un zumbido que había de evocar
la voz de los espíritus. Los muertos se manifestaban en aquel sonido comunicando su mensaje. Los muertos
retomaban mágicamente la palabra.
Iglesia de Santo Tomás en Leipzig.
Un hombre
abandona el mundo, atraviesa la puerta que le guía al espacio sagrado de la
tierra. La luz mengua. Los sonidos se apagan. Frente a las estalagmitas que
golpea con las palmas de sus manos se comunica con los espíritus. Tierra y
hombre dialogan. Aquel acto es una hierofanía. No existe el tiempo ni el
espacio, aunque conozcamos aquel instante como un momento del siglo XVI y aquel
lugar como Leipzig. El hombre, anónimo y ninguno, se llama Johan Sebastian
Bach. Cuando cesa de tocar el órgano, el mundo parece comenzar. Sale a la
calle. Medran la luz y el ruido. Continúa caminando.
La famosa composizione di Bach suonata da Karl Richter,
grande organista e interprete della musica bachiana.
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