miércoles, 19 de noviembre de 2014

La música y el templo: grutas y catedrales.



Puede que iglesias y catedrales no sean sino réplicas del templo primigenio: la gruta. Puede que cualquier templo sea una conmemoración de las cavernas.
            Hace 40.000 años un ser humano descendió a las entrañas de la tierra. En las paredes de una gruta grabó la imagen de un bailarín enmascarado. Se trata de “Trois Frères” (Tres Hermanos), cerca de la pequeña localidad Montesquieu-Avantès, al sur de Francia. Su nombre se debe a que fue hallada por los tres hijos del Conde de Bégouën, a principios del siglo XX. La red de cavernas que la compone se encuentra decorada con pinturas del paleolítico superior. Uno de los motivos a los que debe su fama es a la presencia de algunos dibujos bastante peculiares en su contexto. Especialmente “el hombre-bisonte”. Esta figura de bisonte antropomorfo o de humano disfrazado de bisonte,  parece tocar un instrumento musical, algún tipo de arco o aerófono. Para algunos danza y para otros camina mientras conduce un rebaño de animales. Otra de las figuras, apodada como “el hechicero”,  representa una extraña mezcla de atributos animales: patas de oso, cola de caballo, astas de ciervo, ojos de búho. 

La reconstrucción llevada a cabo por la imaginación de los historiadores describe chamanes vestidos de animales, trasmutados en animales, mientras danzan deformando su voz por membranas colocadas frente a la boca, agitan palos y maracas de calabaza, soplan cuernos y caracolas, percuten merlitones y tambores, vibran las cuerdas de sus arcos, rodeados del abrigo y oscuridad de la profundidades. En las grutas, bajo la tierra, nunca tan en la tierra misma, golpean con sus manos estalagmitas, que por dar diferentes alturas de sonido, han sido llamadas “órganos”. Algunos arqueólogos han descendido a las cavernas, imitando a sus antepasados para golpear, con sumo cuidado de no dañarlas, las estalagmitas con huesos y maderas, tratado de recrear aquellos “conciertos” ancestrales. 


            Para algunos, el origen de la música se debe a una primitiva funcionalidad comunicativa, pues servía para emitir mensajes que podían recorrer largas distancias. Para otros su evolución es inseparable de los rituales de magia y el chamanismo. 


“Comunicación” y “magia” son las palabras que más se repiten en los textos eruditos que especulan su origen atávico. Nuestros antepasados ataban madera y huesos a cuerdas que, volteándose velozmente, producían un zumbido que había de evocar la voz de los espíritus. Los muertos se manifestaban en aquel sonido comunicando su mensaje. Los muertos retomaban mágicamente la palabra. 

 Iglesia de Santo Tomás en Leipzig.

            Un hombre abandona el mundo, atraviesa la puerta que le guía al espacio sagrado de la tierra. La luz mengua. Los sonidos se apagan. Frente a las estalagmitas que golpea con las palmas de sus manos se comunica con los espíritus. Tierra y hombre dialogan. Aquel acto es una hierofanía. No existe el tiempo ni el espacio, aunque conozcamos aquel instante como un momento del siglo XVI y aquel lugar como Leipzig. El hombre, anónimo y ninguno, se llama Johan Sebastian Bach. Cuando cesa de tocar el órgano, el mundo parece comenzar. Sale a la calle. Medran la luz y el ruido. Continúa caminando.

 La famosa composizione di Bach suonata da Karl Richter, 
grande organista e interprete della musica bachiana.

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