viernes, 16 de enero de 2015

Música y memoria, realidad y estructura.



Existe una famosa anécdota acerca de la prodigiosa memoria musical de Mozart. En el siglo XVII el compositor Gregorio Allegri musicó el salmo Miserere Mei, Deus. Era tradición en el Vaticano interpretarlo anualmente en Semana Santa. El Papa Urbano VIII prohibió la salida de la partitura, de esta forma, la audición de la obra sólo era posible bajo los muros de la ciudad vaticana.  
         Un joven Mozart acudió a la audición y logró transcribir en su regreso a casa la casi totalidad de la partitura. Al día siguiente, tomando unas pequeñas correcciones sobre el reverso de su sombrero, completó con fidelidad absoluta la copia de aquella composición exclusiva. Estos hechos no dejan lugar a dudas acerca de la asombrosa memoria de Mozart y encienden cavilaciones sobre la relación de su genialidad compositiva con esta pasmosa capacidad. 

Gregorio Allegri. (1582-1652)

          La música posee un orden, un conjunto de leyes rigen su funcionamiento, en ella la creatividad entendida como generación de lo nuevo y el mandato armónico matemático se conjugan. Algunos psicólogos que investigan los procesos creativos afirman que, más que en contextos absolutamente libres, la máxima inventiva y capacidad de innovación se despliega bajo el auspicio de un conjunto de reglas, acatando un grupo de normas más o menos definidas. El genio agota las leyes de lo posible conjugando lo admisible en una estructura perfecta y, a la vez, trasciende el campo de lo posible iluminando áreas nuevas ignoradas hasta entonces. Pero la memoria puede decir mucho más sobre esto. 

           En una investigación se comparó la capacidad de memoria de un niño con autismo y un músico profesional adulto. En los primeros ensayos se presentaba a ambos melodías anteriores al siglo XIX. En ellas la capacidad del músico profesional era muy inferior. Casi sin error, el chico con autismo recordaba la totalidad de la melodía y su armonización. Sin embargo, al presentarse una pieza del compositor Béla Bartok, fechada en el siglo XX, el resultado se invirtió. En esta ocasión era el músico profesional el que destacaba muy por encima del niño en su capacidad para recordar la pieza. La memoria del niño no se basaba en el recuerdo de sonidos puros, sino en su capacidad de completar su recuerdo con la lógica que dictaban las leyes de la armonía musical. Las primeras piezas pertenecían a un periodo en que la composición musical europea se estructuró sobre una armonía diatónica, estructura con las que el niño, a través de la radio, había tenido contacto a lo largo de toda su vida. Sin embargo, la pieza de Bartok se basaba en estructuras no diatónicas, que el niño jamás había escuchado. De este modo, no pudiendo adivinar la lógica interna de la melodía, su recuerdo mermó considerablemente.
          Esta investigación sugiere que la memoria no se basa en el recuerdo fidedigno de la realidad, sino en pequeños esbozos que completamos mediante la lógica de lo que entendemos por real. Si entendemos que la realidad funciona de determinada forma completaremos nuestros recuerdos de esa forma dada. A la par, inferiremos las leyes del mundo de nuestra memoria. La serpiente se muerde la cola. 

           Recordamos brumas y concretamos bajo la invención de lo que creemos como posible, rellenando las ausencias de la memoria bajo el dictado de lo que entendemos como lógico. A su vez, solo dejamos pasar al caudal de la memoria lo que entendemos como posible, y de dicho caudal extraemos nuestras nociones de posibilidad e imposibilidad. La sorpresa es uno de los antídotos para dicho proceso que tiende a autoperpetuar un modelo reducido del mundo. También la capacidad de maravillarnos, la aceptación del misterio o la reverencia al milagro, todos fenómenos profundamente ligados a nuestro sentir estético y religioso, y a la música como forma de arte.
           Puede que la prodigiosa memoria de Mozart residiera en su comprensión casi absoluta del orden musical. Si un conjunto de notas anudaba una melodía, toda la pieza  ya estaba escrita en su mente, porque el orden prescribía cada lugar, momento y sonido dados unos elementos dados. Para recordarlo todo bastaría con comprender el orden que subyace a ese todo.

Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)

          Sin embargo las posibilidades musicales, combinaciones tímbricas, melódicas y temporales, son infinitas. La música bebe de nuevas fundaciones. En ella caben todos los órdenes. La música es un espejo de la realidad a la par que realidad. Unamuno escribió: “Me destierro a la memoria, / voy a vivir del recuerdo.” Quizás el poeta, como el músico, no se refiriera a la memoria de las leyes. Las leyes en la composición musical han de regir su violación. Es el paradójico mandato de la creación. Lewis Carroll lo explica: “¡Qué pobre memoria es aquélla que sólo funciona hacia atrás!”.

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