Maurice
Ravel se sienta frente al piano. Presiona, aparentemente al azar, una tecla con
fuerza. Reconoce el sonido. La nota “la” resuena en la habitación. Las
moléculas que componen la habitación se movilizan. En algunas zonas se
dispersan, en otras se aglutinan. En estas últimas la temperatura aumenta. Se
producen cambios de presión. Como en el mar, donde las olas llegan hasta la
orilla pero el agua permanece quieta, una ola viaja entre las paredes del salón
de Ravel. El aire que inunda la cavidad timpánica del músico recibe el impacto.
Aun entonces es una marea silenciosa la que se propaga en la habitación, pero
pronto, la arquitectura que reposa a ambos lados de su cabeza, delatará el
sonido. Más tarde lo nombrará, lo cotejará con la memoria de una vida, de una
civilización y podrá darse cuenta al fin, de que era un “la” lo que sonaba.
Pero Ravel cierra la tapa del piano. El reconocimiento quizás ha sido un sueño,
una mera ilusión.
Ravel se alistó al ejército francés con 40 años de edad, donde fue
reclutado para el puesto de chofer, dado que su peso distaba dos kilos del
mínimo exigido. Enfermo de disentería regresó a París a tiempo para acompañar a
su madre hacia la muerte. Había nacido en el País Vasco francés, estudiado en
el conservatorio de París y compuesto obras de gran popularidad. Esta
enumeración de datos son columnas azarosas que sostienen una vida comprendida
entre el 7 de Marzo de 1875 y el 28 de Diciembre de 1937, entre Ciboure y
París, entre el cercano compás del corazón materno y los últimos sonidos que
asistieron a su muerte. Ravel desplegó
sus años de existencia hacia un final que algunos consideran mitológico.
Afectado por una enfermedad
cerebral que embestía los centros neurológicos de la coordinación motora y la
capacidad de hablar, la literatura refiere una anécdota trágica. Se describe a
Ravel en París, en casa de un amigo, frente a una radio, una melodía surge del
altavoz y comenta sorprendido la ingeniosidad de la obra, curioso y sorprendido,
pregunta a su amigo por el autor de la pieza y éste le responde: Maurice Ravel.
Entre las nuevas realidades tejidas por la enfermedad, se halla de un ser
humano que es capaz de componer música, pero incapaz de expresarla al mundo, de
tenderlas como una mano abierta hacia el exterior. De esta forma, la
creatividad musical de Ravel permanece cercada por la terca frontera del propio
Ravel. Concibe nuevas obras que nacen, crecen y mueren en él. La enfermedad
degenera y Ravel se somete a una intervención quirúrgica que fracasa. La operación
empeora una situación que termina por devastar su cerebro. Los médicos buscaron
en su cerebro un tumor inexistente y dejaron en la búsqueda una
semilla de oscuridad. Sumido en un coma profundo, el músico navega los días. Completamente
inconsciente, desconoce el invierno de su muerte.
Los derechos de su obra han degenerado en cruentas batallas legales y
cifras millonarias que se alojan en paraísos fiscales. Sus composiciones suenan
por todas partes desde radios, ordenadores, salas de cines y teatros,
televisores, gargantas o arpas. Su cuerpo, que perdió la fuerza de unión de la
vida a la tres y media de la madrugada, comenzó a disgregarse cediendo su estructura
a la más vasta estructura del mundo La arquitectura, ingrávida, hecha de
memorias y fotografías de su cuerpo habita imaginaciones diversas. En distintos
lugares la temperatura del aire aumenta por las vibraciones de su obra, mece
las presiones y viaja hacia mentes que no habían nacido el día de su muerte.
Ravel, como cualquier hombre, es huella, vive como estela derivando en el caos
ordenado del tiempo, como una música. Las composiciones que no sonaron, las que
no pudo dar al mundo, quizás logró entregarlas cuando su cuerpo disolvió sus
fronteras, o quizás la música suena en el silencio, incluso allí agita las
moléculas. La realidad se nutre de paradojas como la de un músico incapaz de compartir su música, como la de un silencio poblado de músicas.
El vídeo contiene una versión de Sergiu Celibidache del Bolero de Ravel al frente de la Orquesta Sinfónica de la Orquesta Nacional de Dinamarca en el año 1971.
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