Tagore afirmaba
que el hombre se adentra en las multitudes para ahogar el clamor de su propio
silencio. Shakespeare aconsejaba ser reyes de nuestros silencios antes que
esclavos de nuestras palabras. Unamuno nos advertía que algunos silencios
pertenecían a la más perversa clase de mentiras. Luther King, como Gandhi, no
condenaba con tanta fuerza el estrépito de los viles, como el silencio de los
bondadosos. Jerzy Lec sentenciaba que a los silenciosos nadie puede
arrebatarles la palabra. Y Bernard Shaw afirmaba ser tan favorable a la
disciplina del silencio que podría departir horas sobre ella.
En
la música no existe el silencio absoluto. Es la más difícil de las notas. De
ella nace el dramatismo, el efecto buscado, la suspensión y la guarda, la
conclusión… del silencio brota el sentido.
No
existe el silencio cuando la música cesa, ni silencio antes de la música, pues
el silencio es música, por eso el mundo siempre suena. El silencio puro habita
en los oídos. Octavio Paz describe a un infeliz analfabeto, que al mirar al
cielo, nada le revelan las estrellas. Los pitagóricos pensaban que el sonido de
las esferas es inaudible a los hombres porque desde el nacimiento estamos
inmersos en él.
Para
Gibran el silencio de los mentirosos estaba lleno de ruidos. Chesterton no
entendía réplica más aguda que el silencio. Hemingway observó que son
necesarios pocos años para aprender a hablar y toda una vida para aprender a
callar. Marcel Marceu celebraba el silencio por su infinito, pues afirmaba que
los límites son impuestos por las palabras. Erasmo de Rotterdam constató que la
amistad entre dos personas permite que el silencio no sea incómodo. Para
Franscis Bacon, el silencio era la virtud de los locos. Narosky escribió: “tu
silencio junto al mío son un idioma”.
A
veces las campanas no tocan, pero su silencio es capaz de convocar a todo el
pueblo. A veces el silencio hiere como una afilada y envenenada ofensa. A veces
el silencio es el mayor consuelo. A veces nadie se siente tan comprendido como
por el amigo que calla. A veces nadie se siente tan amado como por el amante
que calla. El fragor de los nombres, el estruendo de todas las batallas, el
escándalo de los siglos, el mundo antes del mundo, todo suena inexorable. Si la
física del universo que habitamos imposibilita todo trazo de auténtico
silencio, entonces la conciencia es su única fuente, su único refugio, la única
puerta que gira más allá del sonido. El universo creó la conciencia para crear
el silencio dentro de sí. La responsabilidad del hombre es portar el silencio,
de vida en vida, hasta el fin de su tiempo, guardando que su llama no se
extinga
No hay comentarios:
Publicar un comentario